Esta semana en particular me ronda mucho una frase que escuche hace
mucho tiempo y que creo que haría muy diferentes las cosas en nuestro mundo:
“El mundo está lleno de buenas intenciones, pero de pocas buenas acciones”.
Creo que todos los días sobran los momentos en los que podemos hacer
algo bueno por alguien: desde abrirle la puerta, cederle el paso en el tráfico,
o recoger basura que nos encontremos en la calle; hasta permitirnos ir más
allá, como dejar una propina grande cuando el servicio lo merece, o invitarle
el café a la persona de atrás en la fila. Todos tenemos la enorme capacidad de
cambiarle el día a alguien, de recordarles que vivimos rodeados de personas
compasivas, comprometidas y deseosas de crear un mejor mundo. ¿Cuántas veces
has tenido esa oportunidad en tus manos?
Lamentablemente, en muchas ocasiones, por desidia, pereza o egoísmo no
hacemos nada. Simplemente observamos en el mejor de los casos, esperando que
alguien más haga un cambio. Vivimos en un mundo en el que la responsabilidad se
pulveriza, y cuando tenemos la oportunidad de hacer algo bueno por otros y no
lo hacemos, pensamos: “alguien más los puede ayudar”. Y sé que tu justificación
es completamente válida: llevas prisa, no hay tiempo, vas tarde o te están
esperando; o tal vez crees que nadie te ha ayudado a ti y no tienes ninguna
obligación con nadie más.
Lo que pocas veces nos detenemos a analizar es que si todos pensáramos
de esa manera, nada ocurriría. Día a día nos vamos endureciendo como sociedad y
nos tocamos menos el corazón para apoyar a otros.
No tenemos que ser héroes de la sociedad, ni aparentar nada. Somos
millones de personas en el mundo en nuestros respectivos países. Somos
individuos con sueños particulares. ¿Qué ocurriría si cada día, sin importar en
donde, todos ayudáramos a alguien más? Y no hablo de cosas gigantescas, sino de
pequeños actos, como el sencillo hecho de permitirle el paso a otro en la calle
o ceder un asiento en el transporte público. No necesita ser importante para
nadie más que para la persona que recibe el regalo. Y sin embargo, eso nos
conecta, nos hace más humanos, más conscientes de que no estamos solos, nos
convierte más en “uno”. ¿Te imaginas la cantidad de milagros que ocurrirían
todos los días? Millones de favores ocurriendo cada instante. ¿Cuánto cambiaría
tu vida si hiciéramos esto? ¿Cómo cambiaría tú vida? Lo más increíble es que el
regalo no es sólo para la persona que lo recibe, sino también para aquella que
lo da.
Excelente Marcos¡¡¡¡¡
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